A la mañana siguiente
dejamos temprano el Majestic, nos
despedimos de nuestro amigo Majifft
y tomamos la autopista en dirección a la ciudad de Rabat con la primera intención de visitarla.
Por la autopista
descubrimos a muchos policías agazapados y armados con aparatos de radar sobre
sus trípodes, normalmente escondidos debajo de los puentes, así que nuestro
consejo si algún día circulan por allí, es que respeten las velocidades
indicadas.
Nos pusimos a contar
el poco tiempo que nos ya nos iba quedando y a repasar los lugares que aún nos
gustarían visitar en Marruecos. Así,
sobre la marcha, en carretera, decidimos pasar por alto la ciudad de Rabat y dejarla para una siguiente
visita a este maravilloso país, y continuamos de largo, con el punto de mira
puesto en Casablanca, para
acercarnos fugazmente y visitar únicamente la famosa Mezquita Hassan II.
Al aproximarnos a la
ciudad, nos vimos envueltos en un enorme caos de tráfico, que nos trajo a la
memoria, salvando las distancias, al asiático.
Nos costó un buen rato ubicar nuestra posición y la entrada correcta para
llegar hasta la mezquita.
Preguntamos a unos
cuantos agentes de tráfico que sonrientemente nos indicaban por medio de señas la
dirección, hasta que desde muy lejos, conseguimos divisar su enorme minarete,
el más alto de todas las mezquitas del mundo, con sus 210 metros.
Alrededor de la
mezquita no hay mucho que ver, barrios de aspecto variado y carreteras que
adivinan futuras urbanizaciones.
Ya habíamos leído algo acerca de la
contradicción que supone esta enorme y lujosa mezquita, la tercera más grande del
mundo, en una ciudad donde la mayoría de la población vive bajo la amenaza de
una pobreza extrema, y no nos sorprendió que nada más buscar donde detener
nuestro vehículo para sacar las primeras fotografías, nos “cayeran” encima los
típicos listillos que nos decían que para aparcar allí tendríamos que pagarles
20DH.
Incluso tenían en mano hasta unos boletos falsos, para identificarnos
como “pagadores” de “su aparcamiento privado”.
No pasamos por el
aro, así que después sacar unas cuantas fotografías nos fuimos en nuestro coche
en busca de otro aparcamiento.
En frente justo de la
mezquita, descubrimos a dos muchachos que limpiaban coches, así que nos
acercamos a ellos y negociamos con ellos un precio para dejarles el coche y que
le hicieran un “lavadito rápido” mientras nosotros visitaríamos la mezquita.
La anécdota es que
mientras hablábamos con los chicos, apareció otro individuo que decía que ese
aparcamiento era suyo, así que aparte de pagar a los muchachos, tendríamos que
pagarle 20DH. Hicimos caso omiso de él, aunque nos gritaba y gesticulaba, para
nosotros era como si fuese invisible, y aunque los chicos nos decían que eso
era así, pero nosotros nos mantuvimos en que pagaríamos solamente a ellos por
lavar el coche, y que fueran ellos mismos los que se entendieran con él, si no,
no habría trato. Y es que a estas alturas, ya uno se va cansando de “ese rollo”
de que cada cual se agencie un trozo de calle por su cara bonita, y que luego
al que aparque ahí tenga que aguantar la exigencia de estos individuos…Ellos
aceptaron.
Afortunadamente
disfrutamos de un día espléndido para las fotografías, soleado, tranquilo, y sin
mucha gente alrededor, así que pudimos tomar imágenes desde prácticamente todos
los ángulos para compartirlas con todos ustedes.
Otra de las anécdotas
de ese día, es que se nos acercó una pareja de “cincuentañeros” para pedirnos
que les sacásemos la foto de rigor.
Cuando el hombre escuchó nuestro acento,
preguntó por nuestro origen, y cuando le dijimos que canarios de Tenerife, él
aseguró con firmeza, que el que era “canario verdadero” era él y no nosotros,
porque era de Gran Canaria… ¿O sea,
que los isleños de las demás islas no eran canarios de verdad según él?...
- Estas confundiendo
el vocablo canario con el de canarión – le dije yo con una sonrisita burlona –
canarios somos todos, unos de unas islas, y otros de otras. Los hay
chicharreros y canariones, y también palmeros, majoreros, conejeros, gomeros,
herreños… y hasta gracioseros, ¡pero canarios todos, hombre! – Pero no, él
insistió que en que no, y volvió a repetirnos con rotundidad que el “canario
verdadero” era él.
Como “tornillos”
también los tenemos en todas las islas, Marijose
les sacó su fotografía, y nos despedimos sin hablar nada más, y es que en Canarias tenemos el dicho de que “a los
burros hay que dejarlos pastar para que engorden…”
Cuando nos cansamos
nos retornamos hasta el coche, donde los muchachos ya nos lo habían lavado, y
les pagamos lo convenido, no sin antes discutir entre sonrisas un poco, pues
como no, uno de ellos quería más dinero.
Ahora la aventura sería
encontrar la salida de Casablanca, que como siempre pasa en este tipo de
ciudades, es más fácil entrar en ellas que salir.
Por supuesto, nos
confundimos, y totalmente desubicados fuimos a parar a las puertas de un puesto
policial que se hallaba en las cercanías de la playa por el que no se podía cruzar,
ésa fue la anécdota simpática del día.
Nos bajamos del
vehículo y enseguida nos vimos rodeados por un nutrido grupo de jóvenes policías,
que entre risas y sonrisas intentaban orientarnos. Y no fue labor sencilla,
pues ninguno de ellos hablaba una palabra de inglés y menos de español, pero el
rato tan divertido que pasamos bromeando con ellos, lo compensó todo. Más o
menos nos hicimos una idea de las indicaciones que nos dieron, y después de un
ratito, por fin llegamos a la autopista.
Orientándonos con el
mapa de carreteras que nos había prestado nuestro amigo Nacho, en un principio tomamos dirección a Al-Jadida, donde pensábamos pasar el último día antes de volvernos
a Marrakech para la vuelta a casa,
pero pronto descubrimos que el mapa de nuestro amigo estaba algo desfasado
cuando encontramos un desvío de peaje que nos llevaría directamente hasta Marrakech en unas cuantas horas.
Así que paramos en
una gasolinera y estudiamos rápidamente otro cambio de rumbo. Si nos volvíamos ya
a Marrakech, mañana podríamos ir a
visitar las famosas Cascadas de Ouzoud.
No lo pensamos mucho,
y tomamos la autopista de vuelta a Marrakech,
acordando que volveríamos en otra ocasión para visitar las ciudades del norte
del país y las de la costa.
Aproximadamente,
durante unas tres horas recorrimos la nueva pero tediosa autopista, hasta que
anocheciendo llegamos al puesto de peaje que únicamente nos costó 6,3 DH.
Se nos hizo de noche
buscando hotel donde alojarnos, pues habíamos parado en un par de Ibis que nos tropezamos por la carretera
para preguntar y habíamos salido bastante contrariados. ¿Cómo era posible que
nos pidieran 70€ por una habitación en un Ibis
de aspecto normalucho cuando en Alemania
o España nos hemos alojado en hoteles
la misma cadena por un precio muchísimo más barato?
De casualidad nos dio
por parar a preguntar en un hotel que divisamos en las cercanías del centro, el
hotel Zahia, que aunque su cartel
anunciaba tres estrellas, alguna parecía habérsele caído. Nos dejaron ver una
habitación, que para lo que estamos acostumbrados nos pareció más que bien y
por 315 DH con desayuno incluido, decidimos no buscar más, pues ya íbamos
bastante cansados.
Así que después de salir
a hablar con el “vigilante” que se había agenciado el trozo de calle del hotel
y pagarle su tarifa de 20DH por “hacer que nos vigilaba” el coche, nos fuimos a
descansar a nuestra habitación, donde nos montamos un picnic para cenar, y a la
cama a reponer fuerzas para nuestra última aventura en Marruecos, antes de volver a casa.
Resumen fotográfico de nuestro paso por Casablanca.