martes, 26 de febrero de 2013

Desde el Todra hasta Erg Chebbi.

 
Resulta que estábamos a nada de Las Gargantas del Todra. No tardamos en llegar ni cinco minutos hasta ellas.
La verdad, es que estas gargantas son mucho más impresionantes que las que habíamos visitado el día anterior, y entendimos porqué en las rutas turísticas, los tour operadores suelen omitir las del Dades en detrimento de estas del Todra.
Después de atravesarlas con el coche, aparcamos en frente de un hotel que está situado justo a la salida de ellas, y las paseamos tranquilamente. Descubrimos que había algunos españoles que se habían acercado hasta aquí, para practicar la escalada.
 
 
 
 
 
 
 
 
A pesar de que a esa temprana hora de la mañana un sol intenso amenazaba con achicharrarnos durante el largo camino que nos aguardaba hoy, aquí en medio de las gargantas reinaba la sombra. Ese rato en el que recorrimos a pie este “corte” en las rocas, sentimos algo más que fresquito.
 
 
Después de una buena inspección del lugar, y de interactuar un ratito con los jóvenes bereberes del típico puestito de “chucherías” que hay en todos estos rincones, hasta en los que parecen más dejados de la mano de Dios, decidimos continuar la marcha ya con rumbo hacia el desierto. Nuestro próximo objetivo, la ciudad de Erfoud, y de allí, hasta Mezourga, para acceder hasta las dunas de Erg Chebbi, la frontera limítrofe del Sahara.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Desde que abandonamos Tinerhir, la carretera se convirtió en prácticamente un desierto. Horas y horas de conducción sin apenas ver nada a los lados de la cada vez peor calzada, y según avanzábamos notamos como el calor iba en aumento.
Puerta de Erfoud.
No paramos en ninguno de los escasos pueblos que nos encontramos por el camino, pues tampoco parecía que tuviesen nada especial. Unas cuantas casas a los lados de la carretera, algún que otro taller donde se amontonaban viejos camiones y poco más, y como de costumbre, la patrulla de policías a la entrada y a la salida de cada pueblo, que trípode con radar en mano, nos miraban con mucho interés, pero aunque parecía que lo iban a hacer en cualquier momento, nunca llegaron a pararnos.
Hasta que llegamos por fin a la puerta de Erfoud, que desde que la cruzamos, nos encontramos con un pueblo lleno de vida, con el ajetreo característico que nos imaginamos todos cuando pensamos en éste tipo de ciudades del Marruecos profundo.
En un momento, nos vimos rodeados por todo tipo de vehículos locales y una ingente cantidad de jeeps y motos extranjeros, que formaban caravanas entre la multitud.
A cada cruce que llegábamos y aminorábamos la marcha, nos encontrábamos con un sonriente policía que mientras hacía aspavientos para dirigir el tráfico, nos gritaba sin perder la sonrisa:
- ¿Mezourga?- Al nosotros asentir, con la sonrisita en la boca del turista despistado, nos señalaba con el dedo índice la dirección correcta, sin parar de mover alocadamente los brazos haciendo señales a los otros conductores que se le intentaban colar por todos los flancos.
El camino desde Erfoud hasta Mezourga ya no tuvo pérdida, pues no hay sino prácticamente una carretera, una hora más de camino, bajo un intenso sol y un sofocante calor, y llegamos al pueblo que está frente a Erg Chebbi.
Lo reconocimos, porque nos empezamos a encontrar con pequeños cruces de carreteras sin asfaltar, señalados con pequeños carteles de los nombres de los numerosos hoteles.
Antes de eso, la anécdota del día: circulábamos por la solitaria carretera y de repente, en medio de la calzada, nos encontramos a un “bereber” dándonos el alto, como si de un policía se tratara, ataviado con su imponente chilaba blanca y brillante turbante azul.
Nos quedamos atónitos, ¿sería un policía, un maleante, quién sería aquel tipo?
 
 
 
 
Detuvimos el vehículo para no atropellarlo, pues no se movió un centímetro de su posición, justo en medio de la calzada.
Entonces se acercó a nuestra ventanilla, llevando su mano derecha al pecho para saludarnos a su modo. Retiró el turbante de su cara, para mostrarnos su amplia sonrisa. Comenzó hablándonos en inglés, se presentó y preguntó de dónde éramos. Cuando le dijimos que españoles, contestó: -¡No hay problema, yo hablo el español!- y comenzó a rociarnos con la retahíla típica de que había que ayudar a los bereberes, comprando souvernirs y que más adelante habían unas jaimas donde nos explicarían como extraer el agua, la sal y blablablá…de repente, detrás de nosotros, aparecieron varios coches y el hombre raudo, se colocó de nuevo en medio de la carretera dándoles el alto como había hecho con nosotros. El primer auto, venía tan deprisa, que el conductor, un orondo señor alemán, tuvo que hacer “chillar” los neumáticos para no atropellarlo. Un segundo coche, intentó adelantar, pero nuestro amigo, velozmente, también lo detuvo. Se dirigió a los señores alemanes en un perfecto idioma alemán, y preguntó a los otros qué idioma hablaban, ¿italiano? Pues les respondió en italiano…entonces corrió al margen de la carretera, donde tenía escondida una bandeja con bisutería de artesanía local para intentar vendérnosla a todos nosotros que permanecíamos boquiabiertos con este personaje, parados de mala manera y bloqueando la carretera.
-Mira, mañana tenemos que volver por aquí, si estas, te compramos algo, pero nos vamos que nos están esperando-…se volvió a nosotros con una sonrisa mientras pasaba su bandeja ante las narices de los otros conductores…-¡Mañana eh! ¡Te espero!- nos gritó.

Llegamos muy pasado ya el mediodía al pueblo, donde no veíamos a nadie, parecía desierto, salvo a dos hombres que hablaban entre ellos apoyados en un poste de teléfonos. Paramos junto a ellos y sin bajarnos del coche les hablamos en inglés, preguntándoles por la ubicación del hotel Nasser Palace. Uno de ellos se acercó y nos preguntó qué es lo que queríamos hacer. Le contestamos que hacer noche en el las dunas.

De repente, como por arte de magia, comenzó a hablarnos en un español algo entendible y nos contó que los hoteles ofrecían estas excursiones a los turistas, más caro que los aldeanos, unos 450 DH por persona (el chico del hotel Solei en las gargantas del Todra, nos había dicho 400 DH) y que encima, no los ayudaban.

Así que por fin, se lanzó con su oferta, nos ofreció una jaima para nosotros dos solos, no en grupo como en los hoteles, por 350 DH, con camellos y cena incluidos, que es el precio que ellos tienen como fijo …-¡Hombre, ya lo teníamos hablado, pero si no los dejas en 300…- ¡Trato hecho!-

Nos condujo hasta una casa en medio del pueblo, que tenían acondicionada como pensión.
Por fuera no parecía gran cosa, pero por dentro era fresquita y súper bonita, tenía hasta una preciosa fuente sobre el típico suelo de pequeños azulejitos en el interior.
Subimos hasta la azotea, preparada a modo de terraza para contemplar y disfrutar la vista a las dunas, y delante de unos tés, acordamos pagarle la mitad ahora y la mitad al volver. Así lo hicimos y quedamos para dentro de unas dos horas, que era el tiempo que necesitaría para preparar los dromedarios y las jaimas.
Aparcamos el coche, donde él nos indicó, sobre una acera, delante de su casa, asegurándonos que no habría problema y allí mismo, preparamos una pequeña mochila con las cosas que necesitaríamos a la noche. Salimos a pie a inspeccionar el pueblito en dirección al principio de las dunas.
Nada más comenzar a pasear en dirección a las dunas, por las callejuelas de arena, comenzaron a perseguirnos grupitos de niños, que por lo que se ve, se iban llamando para avisarse de que habían extranjeros por la zona.
Aunque no somos de dar nada a los niños de ninguna parte del mundo por mucho que nos duela, por eso de no fomentar la mendicidad, siempre nos remitimos a la historia que contamos en las montañas de Sapa en Vietnam, llevábamos con nosotros una bolsita de caramelos, que rápidamente nos vaciaron porque pedían Dírhams y enérgicamente les decíamos que no, que Dírhams no, y con un caramelo, por lo menos “lavábamos” algo nuestra conciencia.
Al llegar al borde del pueblo, descubrimos que los hoteles, entre ellos el Nasser Palace, se han apropiado de la primera línea del desierto, y no es que la tengan precisamente bien cuidada. Amontonan allí todo tipo de “juguetes” para la arena. Quads, motos, grupos de dromedarios y demás desperdicios que no dan un aspecto de lo más deseable, pero avanzando solo unos pocos minutos, se llega a un pequeño palmeral, antesala de las dunas, que te hace olvidar rápidamente cualquier vestigio de la civilización.

Durante un ratito contemplamos las curiosas formaciones de arena del desierto, y a pesar de que ya habíamos visto cosas parecidas, como el mismo Sahara pero en Dòuz, la puerta del desierto tunecino, o en Egipto, y más recientemente el de Huacachina en Perú, o hasta en nuestras propias islas Canarias sin ir muy lejos, las dunas de Maspalomas en Gran Canaria o las de Corralejo en Fuerteventura, todos los desiertos a pesar del supuesto parecido, las sensaciones que emiten, son distintas, por lo menos para nosotros dos. La densidad y la “granulometría” de sus arenas, así, como sobre todo, sus colores, los hacen únicos.
Calculamos un ratito de paseo y retornamos despacito hasta el coche, tropezándonos con algún extranjero “loco” haciendo diabluras en su quad alquilado, y cuando llegamos, nos dispusimos a hacernos unos sándwiches para comer algo antes de partir.
Casi nos fue imposible prepararnos nada porque cuando abrimos el maletero, nos vimos rodeados nuevamente por un nutrido grupo de niños, con edades comprendidas entre unos tres a nueve años. Sólo nos dio tiempo de sacar los caramelos que nos quedaban e ir repartiéndolos entre ellos, que literalmente, te los arrancaban de las manos peleándose entre ellos, pero lo que menos nos gustó de toda esta situación, es lo mal acostumbrados que están los niños marroquíes a pedir. Hubo uno de ellos que repitió como diez millones de veces sin pausa: - a Dírham, a Dírham, a Dírham, a Dírham, a Dírham…..- a lo que yo le respondía agotado: - là Dírham, là Dírham, là Dírham…-

El niño, tomó su caramelo, lo desenvolvió y tiró el papel al suelo antes de metérselo en la boca, mientras proseguía con su agotadora canción del Dírham, entonces apareció el hombre con el que habíamos negociado, que se agachó paternalmente, tomó el papelito del suelo, y le explicó al nene que eso había que tirarlo a la papelera…entonces, mosqueado, le indiqué, que si el niño era suyo, que también debería a enseñarle a no pedir dinero - ¿Es que acaso tu hijo es un mendigo, no tiene comida, pasa hambre…?-
Él se limitó a encogerse de hombros y sonreír.
De la casa, salió un larguilucho treintañero, que se presentó como Ibrahím y nos explicó que sería nuestro camellero y anfitrión en su jaima esta noche. Nos invitó a pasar y a tomar un té con su madre y hermanas antes de partir. Aceptamos y pudimos quitarnos a la agobiante “chiquillería” de encima.
Anochecer en las dunas de Erg Chebbi.
Las señoras, no hablaban otro idioma que el suyo, pero parecían entendernos bien, mientras que el muchacho hablaba un perfectísimo español, pues nos contó que venía de haber vivido unos años en Barcelona. Según nos explicó, no le había gustado, primero por los catalanes que le parecieron unos racistas y después por el nivel de vida en España. Él pensó que podría ahorrar en unos años lo suficiente para volver y montar algún negocio en su casa, pero había descubierto que en nuestro país, con mil euros de sueldo, al final de mes, hasta le debía dinero al panadero…El prosiguió su discurso, diciéndonos que el problema de los españoles, al contrario que los marroquíes, habíamos nacido con todo, por eso nos quejábamos tanto de la crisis. Ellos, los marroquíes habían vivido siempre con ella…

Toda aquella monserga, nos tocó bastante las narices y provocó una situación un tanto incómoda. Tanto, que Marijose, se permitió, ante su cara de incredulidad, decirle que no tenía ni idea de lo que hablaba con tanta suficiencia. Como la conozco, intenté apaciguarla y tomé las riendas de la conversación, pero no sé si con mucho éxito, pues “transparente” como he sido toda mi vida, le comencé a explicar a nuestro nuevo amigo, que por ejemplo en nuestras islas, convivimos, desde hace muchísimo tiempo, con muchos marroquíes, que incluso han formado sus familias “mezclándose” con nosotros, y que toda esa “patochada” del racismo que él estaba esgrimiendo, no era sino para ir por la vida haciéndose el “víctima” e intentar conseguir beneficiarse, por encima incluso de las personas que son del propio país.

Le expliqué también, que por supuesto estaba en lo cierto, de que en España, con el sueldo más bajo de toda Europa, es imposible vivir, más cuando también nos han impuesto los precios europeos, y que por lo que acabábamos de oírle, no tenía ni idea de lo que habíamos tenido o dejado de tener no hace tanto. Le conté algunas cosas de mi niñez, que aquí no vienen a cuento, pero entendió que no hace sino un par de décadas, en España se vivía exactamente igual que lo que estábamos viendo hasta ahora en Marruecos
Las señoras nos ofrecieron más té, y les dijimos que no. Sin saber hasta ese momento, que por lo visto, no repetir té, es como una pequeña ofensa, pero como lo descubrimos en la expresión de sus caras, les explicamos que habíamos bebido mucha agua y que teníamos que hacer pipí, lo que suavizó el momento, y entre risitas, nos dejaron pasar al baño.

Pusimos rumbo al desierto, caminando junto a Ibrahím y sus dos dromedarios. Uno de ellos, negro, bastante “gritón” y malhumorado, que decidimos que sería el mío, por lo que pudiera pasar. A diferencia de lo que creía Ibrahím, como muchos canarios, sabemos bien lo que es montar en dromedario, desconocen que por cercanía geográfica, también es una atracción turística que se puede realizar con facilidad prácticamente en todas las islas Canarias. En islas como en Lanzarote o Fuerteventura, un paseo a lomos de estos animales puede llegar a resultar una experiencia muy gratificante, pero es que además, nosotros, ya los habíamos probado en Túnez y en Egipto, por lo que cuando observó cómo nos manejábamos con ellos, quedó bastante sorprendido.









El paseo que hicimos por estas dunas de arena rojiza, de casi dos horas de duración, fue impresionante. Según avanzábamos, con el desplazamiento solar, que ya comenzaba a descender, las formas, tonalidades de las dunas y las sombras que éstas proyectaban, nos parecieron alucinantes. Hasta que cayó la noche completamente, esa porción de desierto cambió cientos de veces su color.
Es sin duda, hasta este momento, el más bonito de los que hemos podido ver con nuestros propios ojos.
Antes de llegar a la jaima, Ibrahím nos preguntó si queríamos caminar un rato solos entre las dunas, a lo que le contestamos que por supuesto. Entonces nos apeamos de los dromedarios, y nos señaló en la dirección que tendríamos que tomar para llegar.
Paseamos un buen rato entre la pesada arena, y nos subimos con algo de esfuerzo a las dunas más altas, donde observamos esconderse el sol, de una de las formas más espectaculares que hemos vivido.

En la más alta de las dunas a las que subimos, se me cayó la videocámara a la arena, y por las malas descubrí, que ésta es de granos tan finos, que inexplicablemente, se metieron dentro del aparato, por lo que no me funcionó bien en el resto de viaje. Tendría que esperar a llegar a casa para llevarla a que me la limpiasen bien. Es por esto que algunos de los vídeos que colgaremos de este viaje, tienen un sonido a veces un tanto “raro”.
Después de ver como se ocultó el sol, caminamos plácidamente por el desierto hasta que oculta, rodeada por dunas, descubrimos a nuestros dromedarios descansando al lado de la que iba a ser nuestra jaima esa noche.


Ibrahím, comenzó a mostrarse más amable aquí, y lo ayudamos a pelar las papas y demás verduras, con las que nos iba a cocinar el mejor y más sabroso tajine de pollo que comimos en todo Marruecos.
Una vez finalizada la cena, nos ofreció “alguito” para fumar, y puso cara de decepción cuando le dijimos que no fumamos -¿Qué raro? Si a los españoles les encanta…- Él sí que lo hizo, y pareció que le soltó la lengua. Cambió su discurso y nos metimos de lleno en un intercambio de anécdotas que hicieron que pasáramos una noche muy divertida.
Lo peor de la jaima de Ibrahím, y suponemos que de todas por la cantidad de porquería y papeles que descubriríamos la mañana siguiente, es la carencia de baños, por lo que antes de acostarnos a dormir, salimos a pasear un rato, ver las estrellas en aquel paraje carente de contaminación lumínica, y hacer pipí…
Lo mejor de la jaima de Ibrahím, es que está situada sola, no hay otras alrededor, como las que descubrimos al amanecer detrás de unas cuantas dunas de distancias, que parecían un campamento de alocados jovenzuelos que montaban su botellón como si en lugar del desierto estuviesen en un parking, así que para nosotros, subir a lo más alto de la más alta duna cercana a nuestra jaima, sí que resultó una experiencia romántica, en la que sentados, juntitos para combatir el frío, nos dedicamos anonadados a contemplar el cielo infestado de estrellas mientras intentábamos recordar y comparar dónde habíamos visto más, si allí, o en la isla de Amantaní, del lago Titicaca, a cuatro mil metros de altitud, tan solo unos meses antes…
Retornando a la jaima, descubrimos unos ojos enormes que atrapaban la luz de nuestra linterna y nos observaban. Los enfocamos bien, y descubrimos que era un zorrito del desierto, que huyó a toda velocidad de nosotros…

Después del reparador sueño en la jaima, nos levantamos a las 05:45 para volvernos a nuestro mirador, donde pasamos el rato hasta que por el lado contrario al que lo habíamos visto ocultarse anoche, reapareció el sol.
Fue fascinante ver, como la oscuridad va dando paso a las infinitas formas de las dunas del desierto y como éstas van cambiando su color y mueven constantemente la figura de sus sombras al mismo ritmo que el sol va ascendiendo.
Caminamos un rato, y comentamos el paseo similar que habíamos realizado en Huacachina a una hora parecida y de igual modo, con el estómago vacío. Descubrimos los campamentos de jaimas cercanos y pudimos observar algunas aves del desierto que sobrevolaban las dunas. Después de un buen rato, nos retornamos hasta la jaima, donde Ibrahím permanecía aun durmiendo. Se ve que la cena le pasó factura, pues no se levantó hasta las 08:30.
Desayunamos, y montamos nuevamente los dromedarios para deshacer el camino hasta el pueblo en un paseo, que a estas horas de la mañana, a pesar de que no estuvo mal, con un sol abrasador en lo alto, ya no nos resultó tan evocador como el de la tarde anterior, sobre todo a Marijose.   

Al llegar al pueblo, nos permitieron pasar a la casa para tomar una necesaria ducha, y descubrimos que el interior de la casa donde nos habían invitado ayer a tomar el té, no era tan austero como la habitación donde nos lo habían servido, más bien, todo lo contrario…
Pagamos el resto del dinero convenido al señor con el que habíamos pactado la excursión y el precio el día anterior, quien nos dio una dirección electrónica y un número de teléfono que les dejamos a continuación por si les vale de referencia, y la propina que teníamos para Ibrahím, nos la quedamos, pues éste se desapareció sin despedirse, en fin…nos volvimos a la carretera para proseguir nuestra “ruta por Marruecos”.
www.hassitours.com Zaid.0212613605198 Hassi Lebied.
 
 Nuestro resumen de 96 fotografías desde el Todra hasta el Erg Chebbi.


jueves, 14 de febrero de 2013

La ruta de las 1000 Kasbahs.


Después del rico desayuno en el Riad dar Tamlil, caminamos hasta la plaza Djem el Fna, donde regateamos con un amigable taxista para que nos acercara hasta la zona moderna de Marrakech, y localizar la oficina Buget, donde teníamos reserva para un coche desde casa.

Llegamos como una hora antes al Rent a Car, pero con toda amabilidad nos proporcionaron el coche.
Como habíamos supuesto, un coche diferente al que habíamos elegido desde casa, pero sin duda habíamos ganado con el cambio.
Un nuevísimo Peugeot 206 diesel, que resultó, cómodo a pesar de su reducido tamaño y muy económico en cuanto al consumo.

Sin dificultad, a pesar del desordenado tráfico, conseguimos la salida en dirección a Ouarzarzate, y justo antes de salir del todo de Marrakech, encontramos una superficie comercial llamada El Metro, donde paramos para avituallarnos de bebidas y algunas chucherías para el camino. Curiosamente, el hipermercado, estaba repleto de marcas españolas, y como no, las más baratas las de origen marroquí.

Desde que proseguimos el camino, nos encontramos con un clima de tranquilidad que no habíamos sentido hasta ahora.

A los márgenes del camino, no había sino campos cultivables, salpicados por alguna que otra casa de aspecto humilde, y de tanto en tanto, algún pueblo.

Cuando te aproximas a un pueblo, tanto a la entrada como a su salida, suele haber un control policial precedido por un radar móvil colocado sobre un trípode. Por lo que aconsejamos ser precavidos con la velocidad.
Además, las carreteras, no es que estén en condiciones como para ir a demasiada velocidad, a pesar de que no están tan mal como nos habían comentado los amigos que habían visitado el país años atrás, por lo que es de suponer que se ha invertido en mejorar la red.
Muchas son las anécdotas que nos habían contado acerca de pequeños timos de la policía a los turistas, y a pesar de que es verdad que te miran y remiran, tanto que te acaban intimidando un poco, por lo menos a nosotros dos, nunca nos pararon salvo una sola vez, y fue para ayudarnos, y tenemos una anécdota divertidísima con toda una patrulla en Casablanca, a la que ya llegaremos a su momento.
Una cosa que verdaderamente llama la atención, es que a pesar de que te puedas encontrar en una carretera en la que a sus márgenes no haya nada de nada, y dé sensación de absoluta soledad, siempre aparece alguien en el lugar que menos te imaginas, lo que te hace preguntarte constantemente, qué hace esa persona allí, cómo diablos ha llegado hasta allí, y hacia dónde demonios va.
Cruzamos el nombrado puerto de montaña de Tizi-n-Tichka, de unos 2.260 metros de altitud, donde la nieve nos acompañó un buen rato entre bonitos paisajes, hasta que comenzamos a descender para ir aproximándonos a nuestro primer objetivo, Ait Ben Haddou.

Durante esa parte del viaje, durante unos días, nos fuimos tropezando con dos motoristas que venían haciendo una ruta parecida a la nuestra, y a la salida de uno de los pueblos de esa carretera de montaña, tanto ellos como nosotros, nos llevamos un pequeño susto con uno de esos imbéciles que te encuentras en todas las partes del mundo, que subestiman la inteligencia de los turistas y que creen que situaciones como éstas, no se nos repiten constantemente a los viajeros, y claro, los que vamos siendo un poco veteranos en estas lides, ya no picamos.
Este idiota, nos había adelantado a toda velocidad unos kilómetros atrás, tanto a nosotros, como a los motoristas, que nos seguían. En una de las curvas cerradas de la carretera, nos lo encontramos, con el capó de su coche levantado, simulando una avería, y haciéndonos señales plantado justo en medio de la carretera, por lo que por lo imprevisto de la situación, casi lo atropellamos. Lo esquivamos con un “volantazo”, y como nosotros no paramos, lo intentó con los motoristas, a los que casi tira de la moto con el susto, pero aparte de lanzarle algún improperio, siguiendo nuestro ejemplo, también siguieron con su camino y no se detuvieron.
Mirando hacia atrás, divisamos al “idiota” cerrando su capó, y subiendo a su coche reanudando su marcha.
Estamos seguros de que no era un tipo peligroso, solamente un vendedor de alguna chorrada, pero es que con su ansia de endosarnos algo, puso en peligro su vida, y la nuestra.

Dando alguna vuelta de más, culpa de las confusas señales, que primero nos condujeron a una pista de tierra en malas condiciones que tuvimos que desandar, llegamos por fin a la famosa Kasbah de Ait Ben Haddou, uno de los Patrimonios de la Humanidad.
Todo el mundo pretende cobrarte una entrada por pasar a la Kasbah, pero no hay que pagar nada a nadie.

Lo más fácil, es llegar hasta el último hotel de la carretera, el Hotel Oksar, y a mano derecha encontrarás un cartelito que indica el camino de entrada a la Kasbah.

Eso sí, el camino parte justo al lado de un garaje, donde sus habitantes te van a estar dando la “tabarra” para que les compres algo, de una manera muy simpática eso sí, pero que si no te andas con ojo, te entretendrán un buen rato.

Ese camino, discurre entre las casas de los habitantes del lugar, y todos, absolutamente todos, algunos incluso disfrazados con pañuelos azules tuaregs, te van a estar llamando para que les compres alguna chatarrita.

Caso omiso hasta llegar al puente que cruza el riachuelo que conduce directamente al bonito conjunto arquitectónico de adobe.
El camino de subida, también está lleno de puestitos de jóvenes y simpáticos vendedores, que te reclamarán, a cada cual más gracioso, y que hay que intentar que te retengan el menor tiempo posible, pues hablan mucho. Uno de ellos, Samuel, nos volvió locos para que nos alojásemos en el hotel de “su primo”, incluso para que cenásemos en su casa, y aunque en broma (y por quitárnoslo de encima) aceptamos, nos hizo darnos cuenta de que estaba anocheciendo y que tendríamos que buscar alojamiento en la zona sí o sí.

Al llegar a lo más alto de la Kasbah de Ait Ben Haddou, disfrutamos de una espectacular puesta de sol, que tintó aún más de tonos rojizos a la ya de por sí roja arena de Marruecos.

Al descender, entramos en el Hotel Oksar para conseguir una habitación, y allí nos atendió el simpatiquísimo y sonriente Hammir, con quién llegamos a un acuerdo de 200DH por una bonita habitación con desayuno, después de un rato de negociaciones. Después de llegar a un acuerdo, nos invitó a un té en la terraza del hotelito, que saboreamos y disfrutamos ya a oscuras, de una espectacular noche estrellada…y fría.
Interiores de la kashbah de Taurit.

A la mañana siguiente, después de tomar el desayuno en la terraza, partimos tranquilamente, haciendo paradas en cada rincón que nos apetecía, hasta que llegamos a Ouarzarzate.


Ouarzarzate es una ciudad de cierto tamaño con una avenida grande de entrada y salida.

A la entrada de la ciudad, nos tropezamos a mano izquierda con la entrada de los famosísimos estudios de cine, con sus esfinges y pirámides de pega en la entrada, pero hicimos caso omiso de ellos, y continuamos hasta la principal atracción del lugar, la Kasbah de Taurit, que encontramos sin ninguna dificultad.
La entrada fue de 20 DH por persona, y en el patio interior, unos cuantos “guías” locales, se ofrecen para conducirte por el laberinto que es la Kasbah en sí, con la buena excusa de que si no los contratas, no entenderás lo que verás.
Nosotros nos negamos, y con nuestra guía en mano, vimos y entendimos lo que pudimos, que para nosotros dos fue más que suficiente.
 



La kasbah de Taurit, está muy bien conservada, pero a nosotros, lo que nos llamó de verdad la atención fue la parte trasera del complejo, donde hay un par de calles donde aún vive gente en las casas de adobe, así que salimos y paseamos un rato por las calles del complejo antes de volvernos a la carretera para retomar nuestra ruta por la carretera N10.



Este tramo de carretera es lo que se conoce como la ruta de las 1000 kasbahs, aunque a nosotros ver tanta casa de adobe en ruina, no nos pareció tan interesante como la fama que la precede.

Tomamos el desvío de las gargantas del Dades, donde sí que nos encontramos con unos espectaculares paisajes.

Recorrimos con calma, parando en cada mirador y admirando el valle del Dades, y cruzamos las gargantas.






















Después de un almuerzo-merienda a base de nuestras provisiones, en el aparcamiento de un hotelito que se sitúa a la salida de las gargantas, desandamos el camino despacio, para volver a la N10 y continuar hasta la ciudad de Tinerhir, donde en un principio habíamos calculado que tendríamos que pasar la noche.

Al llegar a la caótica ciudad de Tinerhir localizamos un hotelito de carretera nombrado en la guía y por otros blogueros viajeros, pero como aún no había oscurecido, decidimos continuar un poco más y luego volver, para antes localizar las otras gargantas famosas de la zona que iríamos a visitar al día siguiente, las gargantas del Todra, y contemplar el valle de Tinerhir desde el mirador indicado en la guía.

Encontramos mucho tráfico y mucho más bullicio de personas en los márgenes de la maltrecha carretera que nos sacó de Tinerhir, y a mucho camellero con sus animales a la espera de los autobuses de turistas que paraban por allí para que éstos fotografiasen el panorama del oasis del Tinerhir, que desde allí se puede contemplar.

Descubrimos que las gargantas del Todra estaban realmente cerca, y que había una gran cantidad de hoteles-campings de camino, así que decidimos hacer unas cuantas paradas para preguntar precios. Como de costumbre, nos escandalizamos un poco con lo caro del alojamiento aquí, hasta que paramos en el Hotel Solei, donde decidimos hacer la última intentona, antes de volver a Tinerhir a por el hotel económico.
Nos atendió un simpático joven llamado Jamaal, que hablaba un buen inglés, y después de un duro regateo, conseguimos una sencilla habitación por un fantástico precio de 300 DH, ¡con cena y desayuno incluidos! La anécdota fue, que cuando iba a meter el coche en el aparcamiento del hotel, atropellé sin querer a uno de los gatitos del muchacho, el pobrecito, se había metido debajo del motor en busca del calorcito.

Durante la cena, unos deliciosos tajines de carne, Jamaal se nos sentó a la mesa y conversamos con él sobre lo que iríamos a hacer los próximos días. Cuando le contamos que lo más próximo en nuestro camino sería llegar al desierto, rápidamente contactó con un “primo” suyo por teléfono, dueño de un hotel en Mezourga, el Nasser Palace, que hablaba español y me lo pasó para que reservásemos una jaima en las dunas y unos camellos para llegar a ella. En principio habíamos llegado a un acuerdo por unos 400DH cada uno, y todo parecía de muy “buen rollo”, tanto que Marijose, le regaló a Jamaal gran parte de nuestro botiquín, porque éste nos había enseñado un corte muy feo en la mano, hecho con un cuchillo en la cocina, y se encontraba un poco febril. Pero cuando nos íbamos y la cama, acabada ya la cena, que habíamos acompañado con una botella de vino de Menkes comprada en el hipermercado de Marrakech, la cosa cambió.
Vistas al oasis de Tinerhir.

De repente, Jammal, nos informa de que el precio de la habitación era de 300 DH, ¡pero por cada uno!, a lo que le constesté que ni de broma. Lo que habíamos hablado era por la habitación y no por persona. El muchacho, me contestó entonces que es que su jefe le había dicho que si no le pagábamos 400DH, la diferencia la tendría que pagar él por no haber regateado bien… - Mira Jamaal, ese es tu problema, tú llamaste a tu jefe delante de nosotros cuando regateábamos… - le contesté secamente, pero sin ser maleducado - Ahora mismo te doy los 300DH que hablamos y le dices a tu jefe que venga a hablar conmigo si quiere, que tiene el hotel vacío y por lo menos hoy va a ganar 300DH… -  y no era mentira, en el hotel no había nadie más, salvo una caravana de alemanes en el parquing, y éstos, no consumían nada.
No sabemos si era verdad o mentira lo que él nos decía. A lo mejor, le habíamos bajado tanto el precio que al final habían perdido dinero. Si uno mira las cosas bien, una buena cena, un desayuno y una habitación sencillita por 30€ no está mal en España, pero hay que recordar que en Marruecos el alojamiento nos resultó bastante caro para la relación calidad-precio. Fuera como fuera, nos mantuvimos firmes y no le pagamos más de lo que habíamos convenido. Sí que le dimos una buena propinita al muchacho a la mañana siguiente, después del desayuno, antes de irnos, y por supuesto, no le dimos nada de dinero por lo que habíamos hablado con su “primo”, el supuesto dueño del hotel Nasser Palace.

Nuestro resumen de 88 fotografías de la ruta de las 1000 Kasbahs.

sábado, 9 de febrero de 2013

Marrakech

 
Plaza de Djem el Fna, centro neurálgico de Marrakech.


Nuestra primera parada en esta escapadita de dos semanas que a base de pedir favores a nuestros compañeros de trabajo y de haber estado trabajando sin descanso para acumular unos días, nos pudimos hacer en noviembre de 2012, fue en la ciudad imperial de Marrakech.

Minarete de la Koutoubia.
Después de la escala, como de costumbre en Madrid, donde aprovechamos para pasear la noche anterior por la capital de nuestro país, irnos de tapas y cenar los famosos bocatas de calamares, como tenemos por costumbre cuando vamos por allí, llegamos pasado el mediodía, al aeropuerto internacional de esta ciudad imperial Marroquí.
Nada más bajarnos del avión, salimos en busca de los taxistas, quienes no tenían tanto ánimo regateador como habíamos supuesto. Ya sabíamos más o menos cual era la cantidad que pedían por el trayecto hasta el centro, en la Medina, y eso fue lo que nos pidieron. Nuestros intentos por bajar ese precio, fueron totalmente en vano.
De camino al centro, comenzamos ya a sentir el caos de las ciudades marroquíes. A los márgenes de la carretera, al más puro estilo de los países de Asia, circulaban sin orden alguno, un número ingente de bicicletas, motos, carros tirados por burros, etc. lo que hacía, que  los vehículos a motor, tuviesen que circular por el medio de la calzada, sin poder respetar las marcas que señalizaban los carriles.

Nada más entrar en el centro, en la parte antigua de la ciudad, que es lo que en estas ciudades imperiales se denomina como Medina, muchos jóvenes asaltaban al taxista para convencerlo de que nos dejaran a “su recaudo” y así ellos poder ganarse unos dírhams, haciendo para nosotros las labores de guía por ese entramado de callejuelas, a lo que él se negaba, pues como todo aquí, por mucho que pueda parecer que no, está perfectamente organizado por ellos.
Patio interior de las tumbas Saadíes.

El taxista, nos dejó en un callejón con una “pinta” un tanto preocupante, y llamó a unos jóvenes para que se acercasen. Seguramente, algún primo o familiar. Nos preguntó usando la mezcla de inglés, español y francés que esos días serían el medio de comunicación al que tendríamos que habituarnos, para saber si teníamos alojamiento y le contestamos que sí. Desde casa, habíamos encontrado una casa de huéspedes muy céntrica, llamados aquí Riad. Mostramos a los jóvenes el nombre del mismo en la libreta en la que habíamos anotado con los caracteres árabes y enseguida asintieron.

El taxista se despidió de nosotros, y de los chicos, con quienes se besó y abrazó, y quedamos a merced de uno de estos muchachos, quien nos dirigió en una frenética carrera entre las estrechísimas callejuelas de la Medina. Hubo un momento en el que tanto Marijose como yo, estábamos tan desorientados, que nos llegamos a decir, que como el chico no fuese de fiar, nos podría llevar a donde le diese la gana, que no sabríamos volver.
Interior de la Medersa Ben Youssef.
Pero, no, en un estrecho callejón, nos señaló un casi ilegible cartel, donde encontramos escrito el nombre de nuestro Riad.


Al despedirnos del muchacho, le di algunas monedas sueltas como propina, pero a éste no le bastó. Muy molesto, me las devolvió y con su mezcla de idiomas, me hizo entender que tenía que darle 20 Dírhams como pago por sus servicios. -¡Na nai! Si no quieres eso, es lo que tengo…- se fue “mosqueado”, pero a los cinco minutos volvió a tocar la puerta con la misma cantinela. Para acabar con su enfado le di 10 Dírhams, y le expliqué que 20, son más de 2€, que se estaba pasando, porque eso no se le da de propina a nadie en mi país… Esos días, nos dimos cuenta, de que a pesar de que los marroquíes conocen muy bien España, tienen sobrevaloradas muchas cosas de nuestro país, y de hecho, conocimos a muchos que después de haber estado viviendo en nuestro país, se habían regresado al suyo al darse cuenta de que las cosas aquí, no son exactamente como ellos habían creído…pero eso son otras historias que iremos desvelando en esta pequeña aventurilla.

Nos alojamos en el Riad Dar Tamlil, por unos 29€ la noche. Una casa de huéspedes sencilla pero buena, a muy pocos metros a la famosísima plaza Djem El Fna, y el precio, muy razonable para lo que es Marruecos, ya que esos días descubriríamos que el alojamiento aquí es incluso más caro que en España. En todos nuestros alojamientos discutimos bastante el precio, les decíamos que cómo era posible que en el centro de Madrid hubiésemos conseguido hotel de 4 estrellas por 40€ y aquí, ellos pidiesen el doble por cualquier hotelillo de mala muerte…y ellos nos contestaban que era por culpa de la crisis en nuestro país…¡Se las saben todas!
La plaza Djem El Fna.

La primera excursión que hicimos fue a la espectacular plaza del centro de Marruecos.
Un sitio alucinante, donde una multitud de turistas y lugareños se mezclan en un frenesí de interacción.


Aquí pueden llegar a ser un poco “plastas” al intentar sacarte algunos Dírhams, poniéndote monos encima para que los fotografíes, ofreciéndote “hierba” o llamándote para que compres zumos de naranja o te sientes en su “chiringuito” para que comas, pero siempre lo hacen de una manera muy simpática y con buen humor. De mucho mejor “rollo” que en cualquier país asiático, por ejemplo.

Las mejores vistas las obtuvimos subiéndonos a alguna de las terrazas para turistas que rodean este maravilloso espacio. Nosotros tomamos como costumbre tomar té sentados en la terraza Le Glacier, donde pudimos pasar unos buenos ratos, contemplando ensimismados la “marabunta” de abajo a diferentes horas del día y con distintas iluminaciones.
Detrás de la plaza, se encuentra el laberinto del espectacular zoco de Marrakech, donde hicimos una primera incursión esa misma noche.
La cena de la primera noche, la hicimos en uno de los puestitos callejeros de Kebabs y temprano nos recogimos a descansar, pues comenzó a llover fuertemente.

La mezquita Koutoubia.

La anécdota de la primera noche en el Riad, fue que Abdul, el dueño, nos cambió la habitación por una algo más confortable, lo que provocó algún despiste entre los otros inquilinos, ya que unas chicas taiwanesas, casi se nos meten en la nuestra cuando ya estábamos dormidos.


Después de un buen desayuno a base de café con leche y abundante bollería, en que nos entretuvimos bromeando con las taiwanesas de anoche, salimos a recorrer la ciudad.

Nuestra primera misión, buscar un banco para cambiar moneda. Después de deambular un poco por las calles, encontramos uno. El banco BMCI en el que cambiamos moneda, en realidad, nos ofreció un cambio muy similar al de cualquier casa de cambio que te encuentras en la calle. En el momento en el que estábamos allí, unos 10.80 Dírhams por Euro.

La primera parada turística de ese día, la hicimos en la mezquita Koutoubia, que sirvió como modelo para la Giralda sevillana, aunque ésta es sensiblemente más alta y es considerada como la obra maestra del arte hispano-magrebí.

 

Las tumbas Saadíes.





















De la Koutoubia, caminamos con mapa en mano, en busca de las Tumbas Saadíes, (entrada 10 DH c.u.) a las que llegamos sin mucho problema, después de dar alguna vuelta.

 

El Zoco.
A pie también, nos desplazamos desde las Tumbas Saadíes hasta el Zoco, donde nos perdimos varias horas recorriendo sus laberínticos recovecos.

En unas de éstas, desorientados, tratando de encontrar con nuestro mapa la medersa de Ben Youseff, un chico se nos ofreció para llevarnos, y de no ser por él, no la hubiésemos encontrado, así que se ganó sus 10 DH de propina que lo dejaron satisfecho, aunque comenzase pidiendo 20.
 
La Medersa Ben Youseff.

Nos gustó muchísimo el ambiente relajado que disfrutamos un rato aquí.


Un poco de descanso después del ajetreo del Zoco.

 Esta madraza (o escuela musulmana de estudios superiores) es la más grande de Marruecos, pero más adelante encontraríamos alguna similar, más pequeña, pero quizá mejor conservada, como por ejemplo la de Meknes.

Después de explorar a fondo la medersa Ben Youseff, volvimos a través del Zoco hasta la plaza Djem el Fna, donde almorzamos un delicioso tajine de pollo y un couscous de carne riquísimo en uno de los puestos callejeros.

De allí, nos volvimos a nuestro Riad para darnos una más que merecida siesta.
A la tarde salimos a pasear tranquilamente por la plaza, y dejamos pasar el tiempo.

Desde la Glacier, pudimos comprobar que mientras va cayendo el sol, va aumentando la actividad de los puestos de comida, mientras dábamos sorbitos para saborear unos deliciosos tés marroquíes.

 Nuestro resumen de 73 fotografías en Marrakech.