Panorámica de la medina de Fez El-Bali (Fez la vieja). |
Antes de entrar en la
ciudad, divisamos un centro comercial y hacia él nos encaminamos. Repusimos
algunas de las cositas que habíamos comprado en el de Marrakech y que ya nos escaseaban, como agua, zumos y galletas.
De nuevo en marcha, a
bordo de nuestro coche de alquiler, llegamos a las murallas que rodean la
medina de Fez, y deambulamos por las
avenidas, atestadas de coches, que las siguen paralelamente.
En un momento dado,
parados en un semáforo, y se nos acercó un joven en motocicleta. Sonreía y nos
preguntaba en inglés que qué tal. – Bien - , le contestamos, - Where are you
from? – From Spain…- y entonces comenzó a hablarnos en español. Nos ofreció
llevarnos a un Riad, a lo que nos negamos firmes y educadamente, - Los Riads
son muy caros…- le contestamos, además, ya sabemos dónde ir…el semáforo cambió
de color y nos despedimos.
Era mentira, no
teníamos ni idea de adonde dirigirnos, nos encontrábamos un poco desorientados
en aquella ciudad, por lo que circulábamos despacio, buscando atentamente los
hoteles para preguntar antes de que se nos hiciera más tarde.
Aparcamos el coche, y nos dispusimos a mirar
la guía en busca de los hoteles, mientras comenzaba a llover nuevamente, cuando
de repente, apareció de la nada la cara del chico de la moto, hablándonos desde
la ventanilla del coche…nos dio un susto que provocaron nuestras risotadas
mientras él sonriente se disculpaba llevando su mano al pecho e inclinando la
cabeza.
Nos comentó que ya que
no queríamos Riads, podría llevarnos a un hostal céntrico, limpio, bonito y
barato… - ¿Cuánto quieres pagar? - ¡Venga, venga, llévanos a ver ese sitio!...
pero si no nos gusta, nos vamos, ¿eh? –
El muchacho, nos
dirigió en su moto hasta una calle trasera a la medina vieja, hasta una casa
con un enorme cartel azul en el que se leía Pensión. Habló con el señor de la
recepción y subió con nosotros a mostrarnos una habitación.
No recordamos cuanto,
pero nos pidió bastante más de lo que queríamos pagar y le dijimos que no, que
por ese precio seguiríamos buscando…es más, le dijimos, que si su intención era
la de hacer de guía para nosotros al día siguiente, tendría que conseguirnos un
mejor precio… -Yo, no, pero sí mi hermano mayor que es guía oficial – nos
contestó… Entonces, el joven bajó a
hablar con el señor del hostal y mantuvo una sonora discusión en su idioma
árabe que nos dibujó una sonrisa mientras aguardábamos. Al momento subió y nos
mostró otra habitación, algo más barata, pero sin baño, por lo que dijimos que
nos marchábamos, y así lo hicimos.
Al salir del hostal, caminando en dirección al coche, Israel, que así nos dijo que se llamaba, comenzó una fuerte discusión con el dueño del hostal, y cuando entramos en el coche, nos gritó: - ¡Oye amigo! ¿Cuánto quieres pagar? – no más de 250 DH, pero por la habitación con baño…- Cruzó nuevas palabras en su idioma con el señor, y éste con cara de resignación, aceptó. - ¿Seguro? – Le inquirimos, - No hay problema, ¿a qué hora le digo a mi hermano que esté aquí mañana? – A las 9:00 está bien – le dijimos, y entonces comenzamos a negociar un precio por los honorarios de su hermano, que quedaron fijados en 15€, cinco por adelantado.
Dada la cercanía de
una de las puertas de la medina, una vez instalados en la habitación, decidimos
intentar pasear un poquito por las callejuelas, pero ya era de noche y nada más
entrar en ellas comenzó a llover, por lo que nos retornamos hasta la habitación
con la sensación de que solos, no hubiésemos sido capaces de movernos por aquel
laberinto, y eso que sólo habíamos caminado por dos callejuelas...además, la
expectativa del picnic que habíamos planeado desde el supermercado, nos llamaba
más que la mojada que estábamos comenzando a sufrir.
A la mañana siguiente
nos levantamos temprano y salimos en busca de desayuno.
Había llovido durante
toda la noche y a pesar de que a esa hora no lo hacía el color del cielo no
presagiaba nada bueno.
Cuando volvimos de
tomar unos cafés de los bares, nos encontramos a un señor ataviado con una
chilaba gris, apoyado entre los coches, tosiendo y esputando como si se fuera a
morir.
El señor del hostal, nos indicó que era nuestro guía.
El señor del hostal, nos indicó que era nuestro guía.
De nombre Abdulá, a este hombre de avanzada edad, le faltaba un brazo y la mitad de las piezas dentales, cojeaba ostensiblemente, tosía todo el tiempo y hablaba nuestro idioma con un acento muy raro, casi imposible de entender, lo que entre sonrisas, nos hacía presagiar una visita muy cómica a la parte antigua de la ciudad de Fez.
Comenzamos la visita
en nuestro coche, dirigiéndonos hasta un cementerio judío, las tumbas beremerines, donde pudimos sentir la pesadez y estupidez
supina de los “aparcacoches”, quienes te gritaban de malas formas exigiendo sus
20 DH por aparcar...seguramente por esas malas maneras, se quedaron “con un
palmo de narices”, porque lo que nos salió fue ser tan bordes como ellos y no
darles nada, lo que hizo que nuestro Abdulá discutiera airadamente con ellos… -
“¡hombre, por dos minutos…”- nos decía malhumorado mientras buscaba con mirada
inquisitiva a los “pediones”…
Continuamos dirigiéndonos a una colina cercana, desde la cual, un mirador proporciona una vista panorámica al increíble laberinto medieval de casi nueve mil quinientas callejuelas, recodos sin salida, casas, mezquitas, zocos escondidos….
Allí comenzó empaparnos una persistentemente llovizna que nos acompañaría toda la mañana, al tiempo que Abdulá comenzaba sus explicaciones de lo que estábamos viendo.
Sus alegatos eran muy
curiosos. Evidentemente no estaban sacados de los libros, más bien eran como
las anécdotas que cuentan las personas mayores como nuestros abuelos, historias
sin mucho fundamento histórico, más bien cuentos que han ido pasado de
generación en generación de oídas, con la consiguiente deformación y deterioro.
Como todas las paradas que van haciendo en sus visitas estos guías pseudo-oficiales como el que nos agenciamos, está claro que van a ser en lugares donde tengan algún tipo de comisión si compras algo, por tanto el siguiente lugar al que nos dirigimos fue a una fábrica de azulejos y alfarería variada en el exterior de la ciudadela, en la que nos explicaron el proceso artesanal que aún hoy en día se sigue tal cual lo hacían en la antigüedad.
La verdad, es que las cosas que hacían eran muy bonitas, pero como ya habíamos dejado claro a Abdulá, nuestro objetivo no era comprar nada. Así que, después de aguantar un poco la majadería, seguimos la excursión, esta vez ya para sumergirnos en la ciudad.
La lluvia nos empezaba a fastidiar la visita, pero no nos quedaba otra que aguantar un poco si queríamos caminar por el laberinto, y así lo hicimos, pero con las cámaras a buen recaudo para que no se nos mojaran y por eso no pudimos fotografiar las cosas tan curiosas que nos encontramos a nuestro paso.
Fez, era un sitio que nos llamaba muchísimo la atención por todo lo que habíamos leído en webs y foros de internet, por lo que la climatología hizo que no la pudiésemos disfrutar como se supone que se merece. Sí era cierto que los callejones eran tan estrechos que el medio de transporte para las mercancías aquí es el burro, y de cuando en cuanto te tenías que apartar para que los animales pasaran cargados y no te atropellaran.
Había un sinfín de movimiento de personas deambulando de aquí para allá en sus quehaceres, y muchos turistas mezclados entre ellos, por lo que no nos sentimos especialmente observados, como en Marrakech por ejemplo.
Tampoco notamos ese olor tan desagradable del que se habla tanto. Sí, es verdad que los animales al pasar defecan y esas cosas, por lo que creemos que la lluvia lo disimuló en parte.
Como la lluvia no
paraba, más bien todo lo contrario, Abdulá
se dedicó a llevarnos de Madraza en Madraza, que no somos capaces de
nombrar, pero que lo curioso de ellas es que eran exactamente iguales a las que
vimos en las otras ciudades imperiales.

También, como no, Abdulá, nos metió en una casa-palacete de un “primo” suyo, con la excusa de mostrarnos el edificio, pero que en realidad era una fábrica de alfombras, por lo que otra vez tuvimos que aguantar la majadería durante un ratito, eso sí, como siempre con mucha educación y cortesía en forma de té. Suponemos que después se acordarían de nuestros familiares, pero mientras les explicábamos que no teníamos posibilidad de comprar nada, siempre fueron muy correctos y sonrientes.
Alguna visita más a las fábricas de pañuelos judíos, donde primero te daban la explicación pertinente y después te intentaban vender cositas y por fin, el punto tan anhelado de descubrir por nosotros, Las Curtidurías.
Las Curtidurías, fueron una gran decepción.
Las esperábamos encontrar llenas de colores y malos olores, bueno, lo segundo sí, pero precisamente el día en el que fuimos a visitarlas, se trabajaba el color natural, por lo tanto la mayoría de las “piscinas” de ladrillos y azulejos en las que bañan el cuero con exóticos ingredientes como orinas de vaca, excrementos de paloma, sesos de animales, grasas de pescado y demás productos que proporcionan el famoso aroma de estos lugares, se encontraban sin esos colores que las han hecho tan famosamente fotogénicas.
Las esperábamos encontrar llenas de colores y malos olores, bueno, lo segundo sí, pero precisamente el día en el que fuimos a visitarlas, se trabajaba el color natural, por lo tanto la mayoría de las “piscinas” de ladrillos y azulejos en las que bañan el cuero con exóticos ingredientes como orinas de vaca, excrementos de paloma, sesos de animales, grasas de pescado y demás productos que proporcionan el famoso aroma de estos lugares, se encontraban sin esos colores que las han hecho tan famosamente fotogénicas.
Además, por mucho que
se mantenga el sistema de fabricación medieval, ir a visitarlas, es ya más una
atracción para el turista que otra cosa, pues la manera de observarlas es
entrar a una de las tiendas de productos derivados que hay alrededor, subir
unos minutos hasta las terrazas que tienen preparadas para tal evento y después
intentar que no te endosen algo que no quieras comprar. Es lo que hay.
Abdulá, también intentó llevarnos a algún restaurante (en los que tendría comisión, fijo) pero le dijimos que no teníamos hambre aún, y era verdad, así que después de visitar unos cuantos puntos que él consideró interesantes, pasado ampliamente el mediodía, calados hasta los huesos, decidimos poner fin a la visita.
Trasladamos a Abdulá en nuestro coche hasta donde nos pidió y le pagamos
por sus servicios dejándole una buena propina, a fin de cuentas, a pesar de que su título de "guía
oficial" era algo más que dudoso, era una persona muy mayor y físicamente muy
castigada, y a pesar también de que el tema de “sus comisiones” en los lugares
en los que nos metió sin nosotros querer, aún habiéndole advertido, nos tocó bastante las narices, era su
manera de ganarse el pan, ni más ni menos.
Habíamos sido previsores desde por
la mañana, sospechando que el clima nos iba a fastidiar la visita a Fez, y ya teníamos las maletas en el
coche, así que desde que dejamos a Abdulá,
nos dirigimos primero al centro comercial, donde compramos alguna chuchería más y
aprovechamos los servicios para cambiar nuestras ropas por otras más secas, y de allí
decidimos poner rumbo hasta la siguiente ciudad imperial que quisimos conocer, Menkes (o Mekines).
Nuestro pequeño resumen fotográfico de la visita a Fez.
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