lunes, 13 de mayo de 2013

Las cascadas de Ouzoud.

 
Después del reparador sueño, nos levantamos temprano, sobre las 7:00 am, como es costumbre nuestra cuando estamos de viaje, con la intención de aprovechar bien toda la jornada, y bajamos al restaurante del hotel a tomar nuestro desayuno incluido en el precio de la habitación.
 
 
Tuvimos que esperar un poco para que nos atendieran, pues evidentemente no eran tan de madrugar como nosotros, y hasta las 8:00 no abrían al público.
Después de tomar el desayuno, cuando nos disponíamos a irnos, el señor de la cafetería, que nos hablaba en idioma francés, insistió en que teníamos que pagar por el desayuno.
 – ¡De eso nada monada! – le contestábamos entre sonrisas pero firmemente en lengua inglesa, y por unos minutos mantuvimos ese “diálogo para besugos” con el bigotudo y calvo señor, hasta que el recepcionista que nos había atendido anoche anterior, apareció por allí a desayunar. Entonces le dijimos que se las entendiera con él.
 
El señor de la cafetería comenzó a vociferar al recepcionista, que sin inmutarse un ápice, se sentó a tomar su desayuno, casi como si el otro no existiera.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El recepcionista, mientras daba sorbos a su café con leche, nos indicó con la mano, casi despectivamente hacia el otro, que nos fuésemos y que pasásemos del asunto. Dicho y hecho, nos levantamos y nos fuimos, no sin antes dedicarle una palmadita en la espalda y una sonrisa al barman, que prosiguió su alegato al recepcionista, quien continuó “pasando olímpicamente”, y tomó su desayuno como quién oye el viento.
 
Volvimos a la habitación, recogimos nuestras pertenecías y hablamos en recepción para avisar que posiblemente volviésemos a la noche, y es que por la noche habíamos estudiado bien la situación del hotel, y estaba situado inmejorablemente cerca de la medina para una última visita al centro esta noche, y no pusieron ningún pero.
 
Retomamos la carretera con dirección a las cascadas de Ouzoud, que esta vez sí que localizamos a la primera la dirección a tomar, y nos encontramos circulando por una bonita y tranquila carretera, salpicada de paisajes rurales y de pequeños pueblos llenos de gente sencilla ocupada en sus labores.
 
  
  Llegamos sin ninguna dificultad a las cascadas de Ouzoud, pero éstas, no están tan cerca de Marrakech como la gente dice, fueron unas tres horas y pico de carretera, adelantando lentos Renault “cuatro latas” y siendo adelantados por camicaces conductores a los mandos de antiguos Mercedes 300D con más de siete ocupantes “enchilabados”.
 
 
Al llegar al terraplén que da acceso a las cascadas, como no, te encuentras con que los lugareños, han delimitado con piedras, parcelas que se han apropiado, y han colocado artesanales y rústicos carteles, en los que han escrito en francés, la palabra aparcamiento y debajo, un precio que ronda entre los 4 y los 2,5DH, unos más baratos que otros, haciéndose la competencia “desleal” sin mucho pudor, pues según van apareciendo turistas, todos ellos, les van gritando y haciendo señas, como si fueran monos en un zoo pidiendo comida a los visitantes, con el fin de que aparquen en “su” parcela.

Nada más bajar del coche, también te dan la brasa para hacer de guías y llevarte a ver la “ruta salvaje de las cascadas”, pero ya habíamos leído bastante acerca del tema y nos negamos. Estaba clarísimo que no hacía falta que nadie te guiase.
La entrada, está repleta de “restaurantuchos” cuyos trabajadores salen a tu encuentro Tajín en mano, para mostrártelos y hacerte un precio por ellos.
La verdad es que tenían buena pinta y un aroma espectacular, y ponían un precio que rondaba los 7€, así que nos los quitábamos de encima diciéndoles que aún era temprano, que a la vuelta.






Hay dos caminos a seguir a la entrada de las cascadas, el primero que tomamos, a la derecha, te conduce a la zona donde comienza a caer los chorros de agua que forman las cascadas, así que se puede contemplar desde lo alto una buena panorámica de lo que hay más abajo, que no es nada más y nada menos, que un lugar turístico, donde se ha pensado todo, para sacar máximo provecho de los turistas que acuden aquí atraídos por las famosas cascadas.
El segundo camino, el de la izquierda, el que tomamos después de haber tomado las fotografías de rigor desde el otro lado, son unas escaleras que van descendiendo lentamente, a través de un desordenado montón de tenderetes de artesanía y de rústicos restaurantes, que según avanzas por delante de ellos, tienes que ir esquivando a sus sonrientes pero algo pesados trabajadores.
Por un momento, parece que te encontraras en algún lugar de la lejana China, donde al final de cada atracción turística, como por ejemplo La Gran Muralla, estas obligado a pasar por medio de todos los lugareños que se afanan en venderte cosas.

De tanto en cuanto, hay un recodo con un mirador donde contemplar las cascadas, que a pesar de todo el desastre que han provocado sus lugareños, cuando te fijas bien en ellas, conservan una gran belleza.
No hay mucho más que hacer cuando llegas abajo del todo. Puedes montar en una de las balsas que hay para acercar a los turistas a la caída del agua, pero tampoco es que nos hiciera mucha ilusión empaparnos en aquellas aguas de aspecto fangoso, así que las fotitos de rigor, y cuando nos cansamos, comenzamos el camino de vuelta, esta vez, en subida.

 
A medio camino, divisamos una terracita con buenas vistas a la cascada y nos dejamos embaucar por uno de los cocineros que nos mostró unos tajines. Nos ofreció unos “menús” de Tajín de cordero por 5€ cada uno, con ensalada marroquí, aceitunas y agua, y lo aceptamos.

La anécdota, fue que cuando rebuscamos debajo de la verdura de los Tajín, sólo encontramos dos huesitos de cordero con apenas carne alguna, y nos pasamos el rato riéndonos a carcajadas, burlándonos del hombre que ponía mala casa, pues le estábamos “espantando” a otros posibles clientes:
- ¡Oye! – Lo llamábamos - ¿Qué le pasó al cordero del Tajín? ¿Dónde está? ¿Se te escondió? –



Otra anécdota de esa terracita, es que meses después la hemos visto en unos cuantos programas de Tv con las cascadas al fondo, y es que se ve, que por lo menos, acertamos de lleno con la ubicación para contemplarlas durante un rato.
No hicimos mucho más sino volvernos por el mismo camino hasta Marrakech, con el inconveniente que nos encontramos un control de policía, que avisó de un corte en la carretera por manifestaciones, y nos desvió por otros caminos más rurales que en principio pensamos que nos podrían traer complicaciones para orientarnos, pero nada más lejos de la realidad.


Es más, disfrutamos de algunas simpáticas escenas típicas, que difícilmente hubiésemos visto por la carretera principal, como la de un caballo desbocado y a sus dueños intentando atraparlo, gente de campo montada en sus carruajes tirados por burros, niños en sus viejas bicicletas…








Casi de noche llegamos al mismo hotel de la noche anterior, el hotel Zahia, y a pesar de que el recepcionista era otra persona, no hubo problema en conseguir la misma habitación al mismo precio.











Después de una reparadora ducha, salimos caminando a la calle, en dirección a la plaza Djem-el-Fna, para visitarla una última vez en este viaje, y cenar en alguno de los restaurantes callejeros de la misma.
Llegamos a la mezquita de la Koutoubia, después de parar un taxi y regatear un poco el precio. Dimos un lento y tranquilo paseo por los zocos, volvimos a subir a la terraza Le Glacier para saborear una vez más el ambientillo especial de éste lugar, la plaza Djem-el-Fna, desde lo alto, y por fin, cuando nos sentimos hambrientos, bajamos y cenamos en uno de los tenderetes callejeros, antes de volver en taxi hasta nuestro hotel, para descansar bien y preparar las mochilas ya que mañana mismo volvíamos para casa, con la sensación de que Marruecos para nosotros era el “gran desconocido”.

Realmente, está tan cerca de nosotros, que no nos imaginamos que el contraste cultural pueda suponer para nosotros un abismo tan espectacular como el de cualquier país de Asia, pero que a su vez, la gente, sea amable, sonriente, cercana, y que te sorprenda tan gratamente como a nosotros lo hicieron. ¿Volveremos? Seguro.
Muchas ganas nos dejó este maravilloso país de visitar y descubrir todo lo que es imposible ver en solamente dos semanas, Marruecos merece mucho más tiempo.

Resumen fotografico de nuestra visita a las cascadas de Ouzoud: 


No hay comentarios:

Publicar un comentario