Resulta que estábamos a nada de Las Gargantas del Todra. No tardamos en llegar ni
cinco minutos hasta ellas.
La verdad, es que estas gargantas son mucho más
impresionantes que las que habíamos visitado el día anterior, y entendimos
porqué en las rutas turísticas, los tour operadores suelen omitir las del Dades en detrimento de estas del Todra.
Después de atravesarlas con el coche, aparcamos en frente de
un hotel que está situado justo a la salida de ellas, y las paseamos tranquilamente.
Descubrimos que había algunos españoles que se habían acercado hasta aquí, para
practicar la escalada.
A pesar de que a esa temprana hora de la mañana un sol
intenso amenazaba con achicharrarnos durante el largo camino que nos aguardaba
hoy, aquí en medio de las gargantas reinaba la sombra. Ese rato en el que
recorrimos a pie este “corte” en las rocas, sentimos algo más que fresquito.
Después de una buena inspección del lugar, y de interactuar
un ratito con los jóvenes bereberes del típico puestito de “chucherías” que hay
en todos estos rincones, hasta en los que parecen más dejados de la mano de
Dios, decidimos continuar la marcha ya con rumbo hacia el desierto. Nuestro
próximo objetivo, la ciudad de Erfoud,
y de allí, hasta Mezourga, para
acceder hasta las dunas de Erg Chebbi,
la frontera limítrofe del Sahara.
Desde que abandonamos Tinerhir,
la carretera se convirtió en prácticamente un desierto. Horas y horas de
conducción sin apenas ver nada a los lados de la cada vez peor calzada, y según
avanzábamos notamos como el calor iba en aumento.
Puerta de Erfoud. |
No paramos en ninguno de los escasos pueblos que nos
encontramos por el camino, pues tampoco parecía que tuviesen nada especial.
Unas cuantas casas a los lados de la carretera, algún que otro taller donde se
amontonaban viejos camiones y poco más, y como de costumbre, la patrulla de
policías a la entrada y a la salida de cada pueblo, que trípode con radar en
mano, nos miraban con mucho interés, pero aunque parecía que lo iban a hacer en
cualquier momento, nunca llegaron a pararnos.
Hasta que llegamos por fin a la puerta de Erfoud, que desde que la cruzamos, nos
encontramos con un pueblo lleno de vida, con el ajetreo característico que nos
imaginamos todos cuando pensamos en éste tipo de ciudades del Marruecos profundo.
En un momento, nos vimos rodeados por todo tipo de vehículos
locales y una ingente cantidad de jeeps y motos extranjeros, que formaban
caravanas entre la multitud.
A cada cruce que llegábamos y aminorábamos la
marcha, nos encontrábamos con un sonriente policía que mientras hacía
aspavientos para dirigir el tráfico, nos gritaba sin perder la sonrisa:
- ¿Mezourga?- Al nosotros asentir, con la
sonrisita en la boca del turista despistado, nos señalaba con el dedo índice la
dirección correcta, sin parar de mover alocadamente los brazos haciendo señales
a los otros conductores que se le intentaban colar por todos los flancos.
El camino desde Erfoud
hasta Mezourga ya no tuvo pérdida,
pues no hay sino prácticamente una carretera, una hora más de camino, bajo un
intenso sol y un sofocante calor, y llegamos al pueblo que está frente a Erg Chebbi.
Lo reconocimos, porque nos
empezamos a encontrar con pequeños cruces de carreteras sin asfaltar, señalados
con pequeños carteles de los nombres de los numerosos hoteles.
Antes de eso, la anécdota
del día: circulábamos por la solitaria carretera y de repente, en medio de
la calzada, nos encontramos a un “bereber” dándonos el alto, como si de un
policía se tratara, ataviado con su imponente chilaba blanca y brillante
turbante azul.
Nos quedamos atónitos, ¿sería un policía, un maleante, quién
sería aquel tipo?
Detuvimos el vehículo para no atropellarlo, pues no se movió
un centímetro de su posición, justo en medio de la calzada.
Entonces se acercó
a nuestra ventanilla, llevando su mano derecha al pecho para saludarnos a su
modo. Retiró el turbante de su cara, para mostrarnos su amplia sonrisa. Comenzó
hablándonos en inglés, se presentó y preguntó de dónde éramos. Cuando le
dijimos que españoles, contestó: -¡No hay problema, yo hablo el español!- y
comenzó a rociarnos con la retahíla típica de que había que ayudar a los
bereberes, comprando souvernirs y que más adelante habían unas jaimas donde nos
explicarían como extraer el agua, la sal y blablablá…de repente, detrás de
nosotros, aparecieron varios coches y el hombre raudo, se colocó de nuevo en
medio de la carretera dándoles el alto como había hecho con nosotros. El primer
auto, venía tan deprisa, que el conductor, un orondo señor alemán, tuvo que
hacer “chillar” los neumáticos para no atropellarlo. Un segundo coche, intentó
adelantar, pero nuestro amigo, velozmente, también lo detuvo. Se dirigió a los
señores alemanes en un perfecto idioma alemán, y preguntó a los otros qué
idioma hablaban, ¿italiano? Pues les respondió en italiano…entonces corrió al
margen de la carretera, donde tenía escondida una bandeja con bisutería de
artesanía local para intentar vendérnosla a todos nosotros que permanecíamos
boquiabiertos con este personaje, parados de mala manera y bloqueando la carretera.
-Mira, mañana tenemos que volver por aquí, si estas, te
compramos algo, pero nos vamos que nos están esperando-…se volvió a nosotros con
una sonrisa mientras pasaba su bandeja ante las narices de los otros
conductores…-¡Mañana eh! ¡Te espero!- nos gritó.
Llegamos muy pasado ya el mediodía al pueblo, donde no veíamos a nadie, parecía desierto, salvo a dos hombres que hablaban entre ellos apoyados en un poste de teléfonos. Paramos junto a ellos y sin bajarnos del coche les hablamos en inglés, preguntándoles por la ubicación del hotel Nasser Palace. Uno de ellos se acercó y nos preguntó qué es lo que queríamos hacer. Le contestamos que hacer noche en el las dunas.
De repente, como por arte de magia, comenzó a hablarnos en un español algo entendible y nos contó que los hoteles ofrecían estas excursiones a los turistas, más caro que los aldeanos, unos 450 DH por persona (el chico del hotel Solei en las gargantas del Todra, nos había dicho 400 DH) y que encima, no los ayudaban.
Así que por fin, se lanzó con su oferta, nos ofreció una jaima para nosotros dos solos, no en grupo como en los hoteles, por 350 DH, con camellos y cena incluidos, que es el precio que ellos tienen como fijo …-¡Hombre, ya lo teníamos hablado, pero si no los dejas en 300…- ¡Trato hecho!-
Nos condujo hasta una casa en medio del pueblo, que tenían acondicionada como pensión.
Por fuera no parecía gran cosa, pero por dentro era fresquita y súper bonita, tenía hasta una preciosa fuente sobre el típico suelo de pequeños azulejitos en el interior.
Subimos hasta la azotea, preparada a modo de terraza para contemplar y disfrutar la vista a las dunas, y delante de unos tés, acordamos pagarle la mitad ahora y la mitad al volver. Así lo hicimos y quedamos para dentro de unas dos horas, que era el tiempo que necesitaría para preparar los dromedarios y las jaimas.
Aparcamos el coche, donde él nos indicó, sobre una acera,
delante de su casa, asegurándonos que no habría problema y allí mismo,
preparamos una pequeña mochila con las cosas que necesitaríamos a la noche. Salimos
a pie a inspeccionar el pueblito en dirección al principio de las dunas.
Nada más comenzar a pasear en dirección a las dunas, por las
callejuelas de arena, comenzaron a perseguirnos grupitos de niños, que por lo
que se ve, se iban llamando para avisarse de que habían extranjeros por la
zona.
Aunque no somos de dar nada a los niños de ninguna parte del mundo por mucho que nos duela, por eso de no fomentar la mendicidad, siempre nos remitimos a la historia que contamos en las montañas de Sapa en Vietnam, llevábamos con nosotros una bolsita de caramelos, que rápidamente nos vaciaron porque pedían Dírhams y enérgicamente les decíamos que no, que Dírhams no, y con un caramelo, por lo menos “lavábamos” algo nuestra conciencia.
Aunque no somos de dar nada a los niños de ninguna parte del mundo por mucho que nos duela, por eso de no fomentar la mendicidad, siempre nos remitimos a la historia que contamos en las montañas de Sapa en Vietnam, llevábamos con nosotros una bolsita de caramelos, que rápidamente nos vaciaron porque pedían Dírhams y enérgicamente les decíamos que no, que Dírhams no, y con un caramelo, por lo menos “lavábamos” algo nuestra conciencia.
Al llegar al borde del pueblo, descubrimos que los hoteles,
entre ellos el Nasser Palace, se han apropiado de la primera línea del
desierto, y no es que la tengan precisamente bien cuidada. Amontonan allí todo
tipo de “juguetes” para la arena. Quads, motos, grupos de dromedarios y demás
desperdicios que no dan un aspecto de lo más deseable, pero avanzando solo unos
pocos minutos, se llega a un pequeño palmeral, antesala de las dunas, que te
hace olvidar rápidamente cualquier vestigio de la civilización.
Durante un ratito contemplamos las curiosas formaciones de arena del desierto, y a pesar de que ya habíamos visto cosas parecidas, como el mismo Sahara pero en Dòuz, la puerta del desierto tunecino, o en Egipto, y más recientemente el de Huacachina en Perú, o hasta en nuestras propias islas Canarias sin ir muy lejos, las dunas de Maspalomas en Gran Canaria o las de Corralejo en Fuerteventura, todos los desiertos a pesar del supuesto parecido, las sensaciones que emiten, son distintas, por lo menos para nosotros dos. La densidad y la “granulometría” de sus arenas, así, como sobre todo, sus colores, los hacen únicos.
Calculamos un ratito de paseo y retornamos despacito hasta
el coche, tropezándonos con algún extranjero “loco” haciendo diabluras en su
quad alquilado, y cuando llegamos, nos dispusimos a hacernos unos sándwiches
para comer algo antes de partir.
Casi nos fue imposible prepararnos nada porque cuando abrimos
el maletero, nos vimos rodeados nuevamente por un nutrido grupo de niños, con
edades comprendidas entre unos tres a nueve años. Sólo nos dio tiempo de sacar
los caramelos que nos quedaban e ir repartiéndolos entre ellos, que
literalmente, te los arrancaban de las manos peleándose entre ellos, pero lo
que menos nos gustó de toda esta situación, es lo mal acostumbrados que están
los niños marroquíes a pedir. Hubo uno de ellos que repitió como diez millones
de veces sin pausa: - a Dírham, a Dírham, a Dírham, a Dírham, a Dírham…..- a lo
que yo le respondía agotado: - là Dírham, là Dírham, là Dírham…-
El niño, tomó su caramelo, lo desenvolvió y tiró el papel al suelo antes de metérselo en la boca, mientras proseguía con su agotadora canción del Dírham, entonces apareció el hombre con el que habíamos negociado, que se agachó paternalmente, tomó el papelito del suelo, y le explicó al nene que eso había que tirarlo a la papelera…entonces, mosqueado, le indiqué, que si el niño era suyo, que también debería a enseñarle a no pedir dinero - ¿Es que acaso tu hijo es un mendigo, no tiene comida, pasa hambre…?-
Él se limitó a encogerse de hombros y sonreír.
De la casa, salió un larguilucho treintañero, que se
presentó como Ibrahím y nos explicó
que sería nuestro camellero y anfitrión en su jaima esta noche. Nos invitó a
pasar y a tomar un té con su madre y hermanas antes de partir. Aceptamos y
pudimos quitarnos a la agobiante “chiquillería” de encima.
Anochecer en las dunas de Erg Chebbi. |
Las señoras, no hablaban otro idioma que el suyo, pero
parecían entendernos bien, mientras que el muchacho hablaba un perfectísimo
español, pues nos contó que venía de haber vivido unos años en Barcelona. Según nos explicó, no le
había gustado, primero por los catalanes que le parecieron unos racistas y
después por el nivel de vida en España.
Él pensó que podría ahorrar en unos años lo suficiente para volver y montar
algún negocio en su casa, pero había descubierto que en nuestro país, con mil
euros de sueldo, al final de mes, hasta le debía dinero al panadero…El
prosiguió su discurso, diciéndonos que el problema de los españoles, al
contrario que los marroquíes, habíamos nacido con todo, por eso nos quejábamos
tanto de la crisis. Ellos, los marroquíes habían vivido siempre con ella…
Toda aquella monserga, nos tocó bastante las narices y provocó una situación un tanto incómoda. Tanto, que Marijose, se permitió, ante su cara de incredulidad, decirle que no tenía ni idea de lo que hablaba con tanta suficiencia. Como la conozco, intenté apaciguarla y tomé las riendas de la conversación, pero no sé si con mucho éxito, pues “transparente” como he sido toda mi vida, le comencé a explicar a nuestro nuevo amigo, que por ejemplo en nuestras islas, convivimos, desde hace muchísimo tiempo, con muchos marroquíes, que incluso han formado sus familias “mezclándose” con nosotros, y que toda esa “patochada” del racismo que él estaba esgrimiendo, no era sino para ir por la vida haciéndose el “víctima” e intentar conseguir beneficiarse, por encima incluso de las personas que son del propio país.
Las señoras nos ofrecieron más té, y les dijimos que no. Sin saber hasta ese momento, que por lo visto, no repetir té, es como una pequeña ofensa, pero como lo descubrimos en la expresión de sus caras, les explicamos que habíamos bebido mucha agua y que teníamos que hacer pipí, lo que suavizó el momento, y entre risitas, nos dejaron pasar al baño.
Pusimos rumbo al desierto, caminando junto a Ibrahím y sus dos dromedarios. Uno de
ellos, negro, bastante “gritón” y malhumorado, que decidimos que sería el mío,
por lo que pudiera pasar. A diferencia de lo que creía Ibrahím, como muchos canarios, sabemos bien lo que es montar en
dromedario, desconocen que por cercanía geográfica, también es una atracción
turística que se puede realizar con facilidad prácticamente en todas las islas Canarias. En islas como en Lanzarote o Fuerteventura, un paseo a lomos de estos animales puede llegar a
resultar una experiencia muy gratificante, pero es que además, nosotros, ya los
habíamos probado en Túnez y en Egipto, por lo que cuando observó cómo
nos manejábamos con ellos, quedó bastante sorprendido.

El paseo que hicimos por estas dunas de arena rojiza, de casi dos horas de duración, fue impresionante. Según avanzábamos, con el desplazamiento solar, que ya comenzaba a descender, las formas, tonalidades de las dunas y las sombras que éstas proyectaban, nos parecieron alucinantes. Hasta que cayó la noche completamente, esa porción de desierto cambió cientos de veces su color.
Es sin duda, hasta este momento, el más bonito de los que hemos podido ver con nuestros propios ojos.
Antes de llegar a la jaima, Ibrahím nos preguntó si queríamos caminar un rato solos entre las
dunas, a lo que le contestamos que por supuesto. Entonces nos apeamos de los
dromedarios, y nos señaló en la dirección que tendríamos que tomar para llegar.
Paseamos un buen rato entre la pesada arena, y nos subimos
con algo de esfuerzo a las dunas más altas, donde observamos esconderse el sol,
de una de las formas más espectaculares que hemos vivido.
En la más alta de las
dunas a las que subimos, se me cayó la videocámara a la arena, y por las malas
descubrí, que ésta es de granos tan finos, que inexplicablemente, se metieron
dentro del aparato, por lo que no me funcionó bien en el resto de viaje.
Tendría que esperar a llegar a casa para llevarla a que me la limpiasen bien.
Es por esto que algunos de los vídeos que colgaremos de este viaje, tienen un
sonido a veces un tanto “raro”.
Después de ver como se ocultó el sol, caminamos plácidamente
por el desierto hasta que oculta, rodeada por dunas, descubrimos a nuestros
dromedarios descansando al lado de la que iba a ser nuestra jaima esa noche.
Ibrahím, comenzó a mostrarse más amable aquí, y lo ayudamos a pelar las papas y demás verduras, con las que nos iba a cocinar el mejor y más sabroso tajine de pollo que comimos en todo Marruecos.
Una vez finalizada la cena, nos ofreció “alguito” para
fumar, y puso cara de decepción cuando le dijimos que no fumamos -¿Qué raro? Si
a los españoles les encanta…- Él sí que lo hizo, y pareció que le soltó la
lengua. Cambió su discurso y nos metimos de lleno en un intercambio de
anécdotas que hicieron que pasáramos una noche muy divertida.
Lo peor de la jaima de Ibrahím,
y suponemos que de todas por la cantidad de porquería y papeles que
descubriríamos la mañana siguiente, es la carencia de baños, por lo que antes
de acostarnos a dormir, salimos a pasear un rato, ver las estrellas en aquel
paraje carente de contaminación lumínica, y hacer pipí…
Lo mejor de la jaima de Ibrahím,
es que está situada sola, no hay otras alrededor, como las que descubrimos al
amanecer detrás de unas cuantas dunas de distancias, que parecían un campamento
de alocados jovenzuelos que montaban su botellón como si en lugar del desierto
estuviesen en un parking, así que para nosotros, subir a lo más alto de la más
alta duna cercana a nuestra jaima, sí que resultó una experiencia romántica, en
la que sentados, juntitos para combatir el frío, nos dedicamos anonadados a
contemplar el cielo infestado de estrellas mientras intentábamos recordar y
comparar dónde habíamos visto más, si allí, o en la isla de Amantaní, del lago Titicaca, a cuatro mil metros de altitud, tan solo unos meses
antes…
Retornando a la jaima, descubrimos unos ojos enormes que
atrapaban la luz de nuestra linterna y nos observaban. Los enfocamos bien, y
descubrimos que era un zorrito del desierto, que huyó a toda velocidad de
nosotros…
Después del reparador sueño en la jaima, nos levantamos a las 05:45 para volvernos a nuestro mirador, donde pasamos el rato hasta que por el lado contrario al que lo habíamos visto ocultarse anoche, reapareció el sol.
Fue fascinante ver, como la oscuridad va dando paso a las infinitas formas de las dunas del desierto y como éstas van cambiando su color y mueven constantemente la figura de sus sombras al mismo ritmo que el sol va ascendiendo.
Caminamos un rato, y comentamos el paseo similar que
habíamos realizado en Huacachina a
una hora parecida y de igual modo, con el estómago vacío. Descubrimos los
campamentos de jaimas cercanos y pudimos observar algunas aves del desierto que
sobrevolaban las dunas. Después de un buen rato, nos retornamos hasta la jaima,
donde Ibrahím permanecía aun durmiendo.
Se ve que la cena le pasó factura, pues no se levantó hasta las 08:30.
Desayunamos, y montamos nuevamente los dromedarios para
deshacer el camino hasta el pueblo en un paseo, que a estas horas de la mañana,
a pesar de que no estuvo mal, con un sol abrasador en lo alto, ya no nos
resultó tan evocador como el de la tarde anterior, sobre todo a Marijose.
Al llegar al pueblo, nos permitieron pasar a la casa para tomar una necesaria ducha, y descubrimos que el interior de la casa donde nos habían invitado ayer a tomar el té, no era tan austero como la habitación donde nos lo habían servido, más bien, todo lo contrario…
Pagamos el resto del dinero convenido al señor con el que habíamos pactado la excursión y el precio el día anterior, quien nos dio una dirección electrónica y un número de teléfono que les dejamos a continuación por si les vale de referencia, y la propina que teníamos para Ibrahím, nos la quedamos, pues éste se desapareció sin despedirse, en fin…nos volvimos a la carretera para proseguir nuestra “ruta por Marruecos”.
www.hassitours.com
Zaid.0212613605198 Hassi Lebied.
Tweet |